Por si no lo sabían, el Catolicismo es uno de los clubes menos exclusivos del mundo. En este tótum revolútum tiene cabida desde el sacerdote de la Liberación más revolucionario hasta ese cura de Avilés que oficia misas por Franco sin fallar ningún 20-N.
A pesar de la buena dosis de inmovilismo que se impone desde la Curia en cuanto a dogmas de fe y determinadas costumbres de alcoba, no les quepa duda de que en Roma saben cómo organizar una buena fiesta y dejar al personal patidifuso. Tal parece el caso de esta la elección papal, que ha colocado en la Cátedra de San Pedro a un jesuita. Por si no están ustedes muy duchos en el frufrú de la conspiración vaticana, les diré que una elección de tal calibre es tan sutil como acompañar el canto gregoriano con vuvuzelas.
Hasta el fin del mundo
Fundada en 1540, la Societas Iesu gozó de un talento formidable para granjearse enemigos, desde ilustrados como Montesquieu o Diderot, hasta partidarios del absolutismo. Con una gran influencia en Sudamérica -caladero de almas cada vez más atractivo frente a una Europa hundida en el pesimismo político- no cabe duda de que el hombre vestido de blanco supone un hito histórico para una orden que fue objeto de persecución y expulsión en varios países, España entre ellos.
¿Qué características definen a un jesuíta? Plantearse esta tipo de pregunta resulta una ciencia tan exacta como preguntarse por la pasta que configura los cimientos de la cristiandad. Destacan, sin embargo, dos elementos: influencia y enseñanza. El gran número de centros educativos regidos por la orden, así como su papel preeminente en las misiones y la labor evangelizadora le han procurado un carácter fronterizo, de avanzadilla, como así la describió Pablo VI:
Donde quiera que en la Iglesia, incluso en los campos más difíciles o de primera línea, ha habido o hay confrontaciones: en los cruces de ideologías y en las trincheras sociales, entre las exigencias del hombre y mensaje cristiano allí han estado y están los jesuitas.
El hombre ante la cortina
Hay demasiado ruido informativo sobre Jorge Mario Bergoglio para tener un retrato más o menos claro de lo que será el pontificado de Francisco I. Mientras escribo estas líneas, millares de reporteros ponen ojo crítico en las luces y las sombras -terribles si fueran confirmadas- del pontífice.
He aquí una recomendación que, tal vez, les sirva de ayuda en sus pesquisas: nada o casi nada de lo que lean mañana estará lo suficientemente cocinado en los hornos del periodismo como para sentar crianza. En plena batalla, los contendientes apenas distinguen entre enemigos y aliados. Veremos, una vez se retire la niebla, el futuro que depara el nuevo líder espiritual a su congregación.
Llamen al Pulpo Paul
Remarcable ha resultado, sin duda alguna, el silencio de toda esa caterva de presumidos quinielistas que a 40 minutos del anuncio ofrecieron lenguas a felinos y no volvieron a pasear sus sesudas disertaciones sobre los nominados. Tras siglos de sorpresa entre fumatas y pedradas, la prensa sigue sin aceptar que la ópera vaticana no termina hasta que canta el protodiácono. Una lección que todavía no aprendemos, ni con mazos, ni con rezos.