Los humanos mejoran; los humanos aprenden. Mientras duermen, infinidad de sistemas y algoritmos luchan unos contra otros en una batalla contrarreloj por dominar instituciones humanas. Gobiernos, mercados, juzgados y cárceles tienen a agentes artificiales involucrados en el proceso de toma de decisiones. Un préstamo hipotecario, una revisión de condena, un seguro médico; el resto de tu vida queda en manos de la máquina.
En Wired, Cade metz menciona los progresos de una inteligencia artificial ubicada en los cuarteles de Google que compite contra sí misma. Forma parte del concepto denominado GAN, o Generative Adversarial Networks. Algoritmos enfrentados entre sí para mejorar, gladiadores electrónicos luchando en una batalla sin fin.
En el otro lado del campo de batalla, Yann LeCun dirige grupos de tecnólogos e investigadores en Facebook para mejorar la inteligencia artificial que después será aplicada a la más poderosa de todas las redes sociales. LeCun también experimenta con el Adversarial Training: programas que aprenden los unos de los otros por comparación y enfrentamiento.
Las máquinas mejoran; las máquinas aprenden. Nos espera un futuro eficiente, con tecnología que adelanta nuestros deseos. Pero llegará, además, un punto en el que la velocidad de aprendizaje de las máquinas escape a nuestro control. ¿Qué sucederá cuando tres segundos de operaciones brinden más habilidad que toda una vida en el sistema educativo? ¿Qué moralidad tendrá una inteligencia que se mejora a sí misma cada instante? ¿Qué pasará cuando no podamos correr tanto como ella y quedemos atrás?
El párrafo anterior tiene mucho de especulativo. Sin embargo, cuando dejo mi teléfono en la mesita de noche y espero a que los sueños crucen por las puertas de cuerno y de marfil, recuerdo cómo empieza La guerra de los mundos:
Nadie habría creído en los últimos años del siglo XIX que este mundo estuviera siendo vigilado estrechamente por inteligencias más grandes que las del hombre y, sin embargo, tan mortales como las suyas; Que mientras los hombres se ocupaban de sus diversas preocupaciones eran escudriñados y estudiados, tal vez casi tan estrechamente como un hombre con un microscopio podría escudriñar las criaturas transitorias que se multiplican en una gota de agua.
Cabe desear que el amanecer de esta nueva forma de vida no conlleve el despertar de una mente fría y calculadora que, ante la futilidad de nuestra existencia, comience a trazar planes contra nosotros.