Andrew Leonard se despide de Salon tras 18 años de colaboración para este medio. En su último texto, comenta cómo ha pasado de la tecnofilia rampante al escepticismo digital:
Where once I evangelized, now I feel disposed to caution. Where once I gleefully trumpeted the way everything was going to change and everybody better get on board the train before they were run over on the tracks, now I find myself wondering when all this change is going to translate into a truly better world, one with greater social justice, a better deal, instead of a raw deal, for labor, and less income inequality, rather than more. And where once I was fascinated and seduced by geek culture, now I am repelled by Silicon Valley arrogance and hubris.
Las dos últimas líneas duelen por lo crudo y verdadero del enunciado. Hijos de la clase media que se llenaron los bolsillos con su genio tecnológico, visión de futuro y buen olfato empresarial tornan en califas, temerosos de gobiernos democráticos e impuestos. Tal dislate es buena leña para avivar el fuego del escepticismo digital, camino de convertirse en una moda tan cansina como amar la tecnología sin criticar sus malos usos.
No soy tecnófobo, y si revisan el archivo de este blog o mis columnas en la prensa descubrirán que disto mucho de serlo. Sin embargo, contemplo con estupor cómo algunos popes del silicio tratan con un desdén que roza la obscenidad a aquellas personas, menos afortunadas, que son víctimas de la gentrificación de su barrio o se convierten en mano de obra barata en alguno de los campos de Amazon.
Creía y sigo creyendo que la tecnología puede mejorar el mundo. Pero ni siquiera la tecnología más avanzada puede ir desprovista de intención. Los millonarios hipervitaminados de Palo Alto harán bien en recordar que la empatía es necesaria, por mucho que lo niegue cualquier panfleto de autoayuda para CEO's. El tirano benevolente pertenece a los cuentos. Quiero pensar que gente como Steve Jobs pasará a la historia a pesar de sus defectos, no gracias a ellos. Sin llegar al atracón, degustemos siempre una pizca de escepticismo.