Cuando utilizaba el tren para ir al trabajo, me fijaba en lo que leían los pasajeros. Ver a tres o más desconocidos con el mismo libro equivalía, según mis observaciones, a un título que convendría conocer por su inminente asalto a la cultura pop. Desafortunadamente, la primera obra que confirmó esta teoría fue Crepúsculo: una saga que tuvo como daño colateral una de las películas más desternillantes sobre vampiros y hombres lobo que hayan existido.
Como todo tiene su opuesto, existe desde hace décadas, una suerte de contrarreforma vampírica que, presta a saciar apetitos más conservadores, no interrumpió la producción de criaturas de la noche dispuestas a seguir comiéndose a la gente. Criaturas que, por lo menos, tienen la decencia de seguir muriendo tras una sesión de spa que incluya ajo, estacas, balas de plata y bronceado. Salem’s Lot, novela en la que un solo bicho pone en jaque a un pueblo, o la última transición narrativa de un videojuego a serie de animación como Castlevania, son una pequeña parte de las contramedidas al alcance de cualquier parroquiano que aborrezca el vampirismo cool.
En el caso de Castlevania, el interesante guión de Warren Ellis nos regala una curiosa relectura de Drácula, representando a Vlad Tepes como un vampiro enclaustrado, amante de la ciencia y el conocimiento, que se enamora de una mujer ilustrada y adelantada a su tiempo. Por desgracia, la mujer de Drácula muere a manos del Obispo de Gresit, un clérigo corrupto que la quema por bruja, desatando la ira del vampiro sobre toda Valaquia. Trevor Belmont, último descendiente de una familia dedicada a combatir cualquier amenaza sobrenatural, tendrá que decidir si, a pesar del ostracismo mostrado por sus compatriotas, debe salvarles del no muerto.
El terror se alimenta de lo desconocido. Se mueve por senderos no transitados. Por eso, cada metro que ocupamos modifica la sinfonía de la noche. Nos acerca más a seres antropófagos que se vuelven vegetarianos y a vampiras que no comprenden por qué los millennials que se van a merendar tiene más selfies en el móvil que miedo a los colmillos. La humanidad ha pasado de temer a la oscuridad a convertirse en el monstruo más cruel que acecha en ella.
Es por ello que, tal vez, criticar a vampiros que brillan al sol y controlan su libido sea un chiste fácil. Los mitos evolucionan con los cambios que se producen en nuestra cultura. Refunfuñar sobre literatura adolescente tiene, además, un lado peligroso. Cuenta la leyenda que si protestas sobre moderneces durante una noche de luna llena, quedarás transformado en Javier Marías para siempre.