Shigeru Miyamoto ha ganado el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2012. Hace dos años, el creador de Super Mario Bros. fue también propuesto para el galardón. A continuación, reproduzco la semblanza que escribí sobre él en La Voz de Asturias.
En otro castillo
Para encontrar la fórmula secreta que permite alumbrar un gran genio, solemos pensar en ingredientes como una mente elevada, de esas que pocas veces descienden al tedioso mundo real. La conciencia colectiva entiende a veces por notable a la persona de fuerte carácter, ego desmesurado y una creación espectacular que revoluciona planeta y sociedad.
Sin embargo, olvidamos la otra clase de genio; aquel que tomó la vida cotidiana y la convirtió en excelencia artística y tecnológica; una invención silenciosa y, a la vez, celebrada. Es el caso de Shigeru Miyamoto, presentado por Gamelab como candidato al Premio Príncipe de Comunicación y Humanidades 2010.
Con toda probabilidad surgirán otras opciones más atractivas para el jurado. Por ello, creo que es el momento para adherirme a la causa de esta leyenda del videojuego, al que tanto debe la industria del entretenimiento en la actualidad. Miyamoto utilizó el puro recuerdo de infancia y su maravillosa capacidad de observación para crear grandes aventuras que revolucionaron el concepto de juego.
La más famosa, un mundo donde un trabajador del sector servicios tuvo el poder suficiente para rescatar a una moza de los brazos de un gorila antisistema, con propensión a tirar barriles en la jeta del pobre carpintero. Donkey Kong fue un antes y un después en la historia de las máquinas recreativas.
A posteriori, Miyamoto enfundó al honrado trabajador en el uniforme que habría de acompañarle para el resto de su vida; y así nació Mario, el fontanero. Recuerdo con claridad la primera partida que jugué a Super Mario Bros. Tuvo lugar aquí mismo, en Oviedo, en una hamburguesería que respondía al nombre de Crayón y tenía una suerte de maquinita infernal que te dejaba echar partidas por tiempo, convirtiéndose en el amable pozo negro por donde descendía la millonaria paga dominical que, en otras circunstancias, invertía religiosamente en el Don Miki.
Más tarde, con la llegada de la NES Nintendo a casa de unos conocidos, el gasto se reemplazó por gorroneo y me sumergí en un mundo plagado de bloques y tuberías, donde un champiñón te esperaba al final de cada enfrentamiento para darte un lacónico aviso: «¡Gracias Mario! Pero nuestra princesa está en otro castillo».
Las bromas que se han realizado parafraseando este mensaje se podrían contar por miles. Para ser uno de los primeros juegos de plataformas en la famosa videoconsola, el repertorio de mañas y trucos que se podían utilizar y descubrir era fantástico. Todavía hoy, en Youtube, existen cientos de vídeos con hazañas de los más habilidosos.
Tampoco debemos olvidar otra de sus obras maestras: The Legend of Zelda, sublime mosaico de píxeles que utilizó para retratar su vida como un curioso niño en Kioto, siempre dispuesto a explorar cuevas y lagos cercanos. Estos juegos podrían bastar para encumbrar a Miyamoto, pero el buen artista continúa escribiendo notables páginas en el mundo de la animación por ordenador y la industria del ocio; no en vano fue desarrollador del mando de la Wii, además de producir los reciclajes en 3D del legendario fontanero, sin olvidar un título de la saga Metroid, Starfox y muchos éxitos más.
Habrá quien juzgue frívola semejante candidatura. Craso error cometen si le niegan un reconocimiento al padre del videojuego moderno; el que consiguió atrapar a jugadores de todas las edades con argumentos simples envueltos en universos maravillosos; el que demostró que la diversión no siempre ha de tomar la mano a la violencia. Como reza su mejor frase,
¿Los videojuegos son malos para ti? Es lo que dijeron sobre el Rock and Roll.