El último episodio de Por 13 razones, una serie sobre acoso escolar y suicidio ambientada en un colegio norteamericano, termina igual que empieza: una adolescente pone fin a su vida.
No se preocupen, porque dista mucho de ser una gran revelación. De hecho, gran parte del mérito de una producción como esta, basada en la novela homónima de Jay Asher, radica en que sabemos, perfectamente, lo que va a pasar. Es, tal vez, lo más horrible de todo: somos audiencia impotente, convidados de piedra. No importa cuanto supliquemos o lloremos, no podremos salvarla. Aquí no hay milagrosas vueltas de tuerca, grandes giros argumentales, acrobacias de guion o apelación a lo sobrenatural. Porque Hannah ya ha muerto y no tiene vuelta de hoja.
Lo que nos espera es un relato que nos sacará a tiras el alma mientras observamos cómo las personas que deberían ayudar a la víctima o bien vuelven la cabeza o allanan el camino que la dirige a su destrucción. Por 13 razones es, en definitiva, una denuncia sobre el acoso escolar, la intolerancia, las personas de bien que no hacen nada y la cultura de la violación.
Escuela de verdugos
Pero detenerse en el acoso escolar sería como pretender curar un síntoma de una enfermedad mucho más grave, que ha metastatizado y amenaza con devorarnos a todos: el patriarcado. Una cultura, una manera de ver el mundo, cimentadas en el dominio y la agresión. Un veneno que tomamos a la fuerza desde que nuestras manos se tocan con las de la sociedad. Una sociedad que divide el mal en función de sus propósitos: muerte, maltrato y esclavitud para las mujeres; escuela de carceleros y verdugos para los hombres.
Es cierto que progresamos. Pero si la cultura es una forma de política, ya sabemos que, a veces, la política también puede correr hacia atrás. Es por eso que cada niño o joven educados en el patriarcado supone añadir un escalón más a la pendiente que nos lleva al foso. Un foso poblado por almas amputadas. Allí, el chaval al que quitaron la sensibilidad; más allá, el niño del que se rieron porque lloraba mucho. Justo al lado, un planeta entero que albergue espacio suficiente para todas las mujeres asesinadas.
Renunciar a la dominación. Es la receta que Ethan Powell, encarnado por Anthony Hopkins, le expedía a su psiquiatra en Instinto. Va siendo hora de que renunciemos a ella. Tal vez nosotros estemos ya demasiado envenenados como para podernos salvar del todo, pero es imprescindible avanzar y luchar para que nuestra descendencia herede un mundo donde una mitad no muera a manos de la otra.