La primera vez que me conecté a Internet fue en un cibercafé (en realidad, solo era ciber) de mi pueblo. Tiempos aquellos, donde te sajaban por un cuarto de hora de conexión, el correo electrónico no superaba el medio mega y conseguir que se cargara una imagen era algo equivalente a flagelarse con un látigo de nueve colas.
Años después, la red ha cambiado tanto que no la reconoce ni el Tim Berners-Lee que la parió. Obviamente, muchas cosas siguen siendo lentas, y la conexión siempre falla en el momento más inoportuno).
Estas dos épocas son las que marcan mi relación con la tecnología, así como lo que supuso vivir la transición de una a otra. No soy un tecnófilo despiadado, que os dirá que la World Wide Web contiene todas las respuestas. Pero jamás en toda la historia se imaginó un método tan rápido para encontrarlas.