Tal vez se pregunten por la necesidad del texto que tienen ante ustedes. ¿Acaso no fue Carl Sagan uno de los mejores divulgadores científicos de la historia? ¿Acaso no fue Cosmos una serie documental de tal calidad y prestigio que se emitió en multitud de canales, apareció en decenas de soportes y se proyectó en un número imposible de colegios e institutos?
Tal parece que necesitase alguna excusa adicional para sintonizar, esta noche, cualquiera de los canales que emiten el primer episodio de la nueva aventura documental, presentada, esta vez, por el astrofísico Neil deGrasse Tyson. Con una producción que roza lo hollywoodiense y un rigor científico que, desde el principio, ha inspirado este nuevo viaje de la nave del diente de león, el criterio de los blogueros científicos que se encuentran en mi agregador es unánime: todos a bordo, una vez más.
¿Hace falta decirlo? Hace mucha falta. Como saben, vivimos en un país que le está dando la espalda a la ciencia, la filosofía y la literatura. No parece que el Gobierno que nos desgobierna pretenda solucionar el desastre: una vorágine de reformas educativas, recortes y destrucción o persecución de todo aquello que fomente el pensamiento crítico. Dejando aparte las consecuencias más obvias, hay dos plagas que se están cebando con los medios de comunicación a través de ese desprecio a las artes: la falta de elegancia y la falta de respeto.
Ante el sensacionalismo, la tertulia del escupitajo, el maloliente manojo de vísceras anteriormente conocido como 'corazón' y la incontinencia e incorrecciones verbales de los políticos y sus fieles sabuesos, nos puede resultar difícil recordar que existieron programas en los que el interés se acompañaba de la buena intención, del respeto al semejante, del asombro por lo diferente y de la elegancia a la hora de abordar el conflicto. Grandes hombres y mujeres podían guiarnos a través del asombro sin alta definición ni tres dimensiones.
Carl Sagan era una de aquellas personas; tenía mente de científico y corazón de poeta. Un hombre capaz de comprender lo diferente, de respetar al de opinión dispar aunque esta no estuviese bien cimentada. Con respeto, formas y firmeza, Sagan explicaba. Y por eso todos querían viajar con él.
Hablamos de ciencia, pero sentarse a ver Cosmos es un acto de fe. Fe en que otro tipo de televisión es posible, en espectadores deseosos de que alguien les tome de la mano para acompañarles al ágora en vez hundirles la cabeza en la ciénaga. Fe en la existencia de un gran colectivo cuya curiosidad no está cegada por la intolerancia, cuyas creencias, sean estas ideológicas o religiosas, no les vuelvan extremistas.
Tener fe exige tensiones, que ya en alguna ocasión les he descrito. Pero nunca permití que ello me enfrentara a la verdad. Y la verdad es que ustedes y yo estamos hechos de lo mismo, como dijo Sagan. De polvo de estrellas. Tal vez la nueva etapa de Cosmos no llegue a competir con el producto original, pero es una aspiración que merece la pena.