Soy fan de la Navidad. De hecho, creo constar entre los pocos chalados que se enfadaron cuando Benedicto XVI sustrajo el buey y la mula del Nacimiento del Vaticano. Afortunadamente, en esta edición corrigieron tan craso error.
Los críticos de estas fiestas señalan el exceso mercantilista en un momento donde, para ser sinceros, no hace ninguna gracia hablar de estipendio y consumismo. Mas no son esas las Navidades que porto conmigo.
Las Navidades que amo tienen que ver con bromas el día de los Santos Inocentes y la cara tan curiosa que puso mi padre cuando le mezclé la sal con el azúcar del yogur; tienen que ver con las cartas que los Reyes les remitían a mis díscolos hermanos cuando eran pequeños, todo un llamamiento al civismo antes de la llegada del Príncipe Aliatar. Tienen que ver con cientos de libros que fueron depositados en el suelo de todos los salones de mi infancia, incluyendo esa colección de mitologías del mundo, editada por Anaya, que tantas puertas me abrió al conocimiento de la Cultura Clásica y las Humanidades.
Tienen que ver, sobre todo, con la peor noche del año, donde las horas pasaban al ritmo de las eternidades y aguzaba el oído ante cualquier muestra de movimiento en el salón de casa. Por si se lo preguntan, la cantidad media que puede beber un camello asciende a tres cuartos de bañera. De los turrones mejor ni hablamos; volaban de forma pasmosa.
Mis Navidades no son un anuncio del Corte Inglés; más bien se parecen a quella versión de cómic adaptada de Cuento de Navidad: una obra de Charles Dickens que debería ser lectura oficial, dada la actual superpoblación de Señores Scrooge, que agitan sus cadenas de hierro entre despidos de trabajadores y recortes en el Sistema de Salud. Son cintas de villancicos, tan gastadas por el uso que casi parecen psicofonías.
Entiendo perfectamente a quienes aborrecen la Navidad. Entiendo, también a quienes les pone los pelos de punta o a los que, por su credo o herencia cultural, no practican toda esta serie de rituales. A todos entiendo y respeto. Pero nada me hará cambiar de frase cuando se acercan estas fechas, siendo una de las más hermosas y bienintencionadas:
Paz entre las personas de buena voluntad. Y un vídeo de Enya.