La presente carta tiene como origen las declaraciones de Juan Luis Rodríguez-Vigil, expresidente del Principado de Asturias, sobre la emigración.
A la atención de Juan Luis Rodríguez-Vigil.
Estimado Sr.:
Mi nombre es Bernaldo Barrena y le escribo desde una ciudad que nunca duerme. Es Manila universo entero de vida, alegría y, el algunas zonas, miseria. Más de un millón y medio de personas tejiendo un tapiz muy especial, unido por felicidad, música y sufrimiento. Desde el citado universo, tengo una carta para usted.
Dice usted que, mejor que Asturias, hay muchos sitios en el mundo. Mientras lo dice, no puedo evitar fijarme en usted, viva imagen de la comodidad. En la sonrisa que adorna sus palabras. En la actitud de alguien que lo ha buscado todo en la vida, y casi todo parece haber conseguido. Me alegro. Seguro que ese abogado laboralista que lleva su mismo nombre le contempla desde el pasado, orgulloso de la figura en la que se ha convertido.
Mejor que Asturias hay muchos sitios en el mundo, dice usted. Todavía se puede mejorar: hay muchos sitios en el mundo que son mejores que otros sitios en el mundo. Para otra ocasión podríamos dejar el profundo desencanto que se percibe en las palabras de quien presidió la tierra que, a veces, tanto añoramos los que estamos lejos.
Hubo un tiempo en el que yo compartía su hastío. Un mercado laboral destruido puede dejar el alma hecha pedazos. El silencio que rellena tantas solicitudes de trabajo, tantas botellas lanzadas al mar, puede resultar ensordecedor. Poco a poco, gota a gota, contemplé a los jóvenes marchar. El poso de tristeza ya desbordaba. Un día, tuve que marcharme yo también.
Entiendo, por su discurso ahogado en pesar, que en la tierra que nos vio nacer había más gente de la cuenta. Que tal vez no cabíamos todos. Al margen de la dureza, la brutalidad, de sus palabras, hay una pregunta a la que me gustaría que me respondiese; se le veía bastante cómodo en su comparecencia parlamentaria, así que me imagino que podrá sacar unos minutos para un aventurero cosmopolita como yo.
¿Sabe usted lo que es el desarraigo? No me refiero a la gris definición de un diccionario académico. Me refiero a caminar por una ciudad superpoblada donde tu idioma sólo llega en palabras sueltas. Me refiero a recibir una llamada llena de angustia emitida por una persona de la que te separan miles de kilómetros, tres días y 1500 euros en un billete de avión. A las colas en tu embajada y la miríada de papeles para un simple trámite. Me refiero, también, a descubrirte añorando ciertos elementos patrioteros que antes te daban la risa. Me refiero, en definitiva, a tener el alma un poco rota tras meses lejos de la tierra que te vio nacer; lejos de tu familia.
Viajando encuentras otras raíces, otras familias. Filipinas me acogió como el buen samaritano. Este país despertó mi mente y mis sentidos, amplió mi horizonte laboral y personal, me presentó al amor de mi vida y no se si me hizo más sabio, pero desde luego me proporcionó una visión única de cuán grandes eran mis prejuicios; cuán inmensa mi ignorancia. Los filipinos son un pueblo sacrificado, alegre y generoso. Saben cómo curar el espíritu.
Soy feliz. Lo soy. Sin embargo, nada te arrebata el frío en las entrañas, la mirada en el horizonte y el miedo. Miedo por los míos; porque están viviendo en un país gobernado por gente que piensa como usted, que esbozan media sonrisa y se encogen de hombros. Hombros encogidos, el gran programa político que los partidos mayoritarios han diseñado para los emigrados. Hombros encogidos y la nada.
Sueño con una casa que no existe. En ella vive mi familia. Por un lado se entra desde España y, por el otro, desde Filipinas. Todos están cerca, a distancia de abrazo. Soy feliz cuando voy a ese lugar. Será en ese lugar, ese paraíso de la mente, donde criaré y educaré a mis hijos. Al menos, hasta que España vuelva a estar gobernada por gente que tenga corazón.