En verano puedes huir, pero no esconderte. El diccionario de la televisión estival se compone de una sola palabra: devastación. Incluso los canales de pago—puerto seguro para evitar debates soporíferos y engendros bragueteros—parecen condenados a un bucle de repeticiones y series canceladas. La disyuntiva para nosotros, españolitos de la crisis, acaba siendo atroz: tele de segunda o bar de pueblo.
Ahora bien, ¿y si, entre la espada y la pared, figurase el paraíso? Desde que Internet empezó a funcionar de verdad para los seriéfilos, no hace falta condenarse al abismo argumental o aguantar la última discusión acalorada de taberna. Gracias a la red, podemos tener lo mejor de ambos mundos y sumergirnos en un fenómeno que, de un tiempo a esta parte, está extrayendo todo el jugo de sus guiones: las series rurales.
No importa el número de habitantes, la disponibilidad económica de los mismos o el gobierno de su ayuntamiento: todo pueblo contiene un avispero en su interior. Por muy orgullosos que nos sintamos del mismo, el zumbido de la bronca y las rencillas seculares por cada linde se ocultan en calles con nombre de leyenda local. Como lo de fuera duele menos que lo propio, diré que los guionistas en EEUU saben mucho de ese lado oscuro.
Como buen habitante de villa, disfruto como el que más cuando llegan los vampiros a Luisiana. Pero hay mayor acto de valor, creo yo, en abstenerse de lo sobrenatural y escribir sobre el horror que aguarda en lo tangible. Sirvan como ejemplo tres series que les voy a recomendar, ambientadas en tres zonas rurales; tres lugares donde ningún zombi en su sano juicio se atrevería a poner el pie.
Banshee: de matones, ladrones y caciques
De la imaginación de Jonathan Tropper y David Schickler surge esta perversión de la famosa frase «piensa globalmente, actúa localmente». Lucas Hood, hombre de pasado oscuro y ladrón de diamantes recién salido de la cárcel, llega a un pueblecito de Pensilvania y adopta la identidad de un agente de la ley. Podría parecer que tal oficio lleva la paz bajo el brazo, pero no en el lugar que nos ocupa. Asediada por la corrupción, esta pequeña villa encontrará un alma compasiva dentro de una ficha policial tan inmensa como el espacio.
Porque Banshee es un pueblo pequeño, pero sus habitantes viven (y mueren) a lo grande. El cacique local, Kai Proctor, es la antítesis perfecta del criminal que se esconde como sheriff: un asesino despiadado camuflado en hombre de negocios. Desterrado de la comunidad Amish que lo vio nacer, tiene un corazón tan negro como la tinta de sus tatuajes. Proctor representa el mal, odiado y temido por sus conciudadanos.
Como ya hemos dicho, aquí no hay vampiros o zombis, pero todo lo demás resulta delicioso por lo, a veces, irreal: hackers capaces de entrar en la CIA tomándose unas cañas en el tugurio local, expertos en artes marciales visitando mercadillos y ex combatientes de fuerzas especiales cuidando su jardín. En Banshee, lo artificioso se utiliza para celebrar lo mundano. Un buen ejercicio para reflexionar sobre el potencial de nuestro lugar de origen si allí todos fuesen cinturón negro.
Justified: amistades a tiros
Pero en Kentucky, donde las cadenas de pollo frito van a morir, también cuecen habas. El Condado de Harlan es el hogar del agente judicial Raylan Givens. Hijo de un padre maltratador, los honrados ciudadanos de su localidad, Lexington, estarían menos protegidos si Chuck Norris y Charles Bronson fueran, respectivamente, Sheriff y ayudante. Puede parecer que Raylan tira demasiado de su revolver, pero una observación más atenta les permitirá comprender que nunca inicia la pelea. O casi nunca.
De forma contraria a lo que sucede con Hood y Proctor en Banshee, la némesis del agente Raylan Givens es, además, su inconfesable mejor amigo. Boyd Crowder, interpretado por un genial Walton Goggins, procede de una de las familias criminales más respetadas del condado. Porque en Harlan, las buenas amistades se cimientan con plomo.
Mención especial merecen los papeles femeninos en la serie. Dada su atmósfera, podría parecer que estamos ante otra colección de estereotipos machistas, una maldición que puede empañar hasta una serie como la genial True Detective. Sin embargo, personajes como Ava crowder, Mags Bennett o Helen Givens suponen soplos de aire fresco que no dudarán en desterrar tópicos a golpe de recortada.
Pocos episodios piloto tienen tanta calidad de narración y estructura como el que nos atañe. Tal vez tenga que ver la base del relato corto que lo inspira, Fire in the hole, del escritor Elmor Leonard. Si aceptan un consejo, superen la primera temporada para conocer a los Bennett. No quedarán defraudados.
Deadwood: sucio y Salvaje Oeste
Resulta complicado cantar las alabanzas de esta serie. Más aún teniendo en cuenta el análisis que, con precisión de cirujano, trazó Emilio de Gorgot para la revista Jot Down. Sin embargo, nunca está de más hablar del mejor western que se haya rodado jamás para la pequeña pantalla. Superen el episodio piloto, su engaño es mayúsculo.
Con el paso de las temporadas descubrirán, por sí mismos, quién es el verdadero protagonista de esta serie: Al Swearengen; tal vez el mejor trabajo de interpretación de Ian McShane, que da vida al malvado y genial tabernero de un pueblo que verá pasar nombres como Wild Bill Hickok, Calamity Jane o Wyatt Earp por sus cenagosas calles.
Esas calles son lo que mejor define a este lugar de la Dakota del Sur de 1870. En Deadwood todo es sucio; pero ya saben que, en la ficción, lo sucio nos gusta.