La noche parece un lago de aguas tranquilas. Un edificio se recorta contra el horizonte. Mientras el sintetizador acuna al mundo con su arrullo, la luna baña el rascacielos, que se alza como el monolito de aquella película de Kubrick. Siempre hay una luz encendida en el último piso. Fuera, el observador espera; hora tras hora.
Cuando el mundo exterior nos inunda con su ruido, la portada de Crises es un lugar al que regresar. Es esta una de esas actividades que al alba resultan insípidas, ya que sólo al amparo de la oscuridad se comprende toda la melancolía que encierra una pieza instrumental de 20 minutos de duración. Medida estándar para reconciliarse con el mundo.
Es Navidad. Digerida la nochebuena y vaporizada la miríada de copazos con los que adormecemos nuestra mente a la lumbre de familia o amigos, comenzamos a despertar en el breve trance que nos separa de la Nochevieja, siempre despiadada enemiga del día después. Hoy. Ahora. Mi mente ha frenado como un tren al comprobar que hay un obstáculo en la vía. Tal vez su reloj siga marcando, pero el mío ha relajado su pulso. Soy el observador y espero en la cara de un vinilo.
¿Quién enciende la luz en el último piso del rascacielos? Hace tiempo que me interrogo sobre ello y mis teorías difieren con la noche. Hoy creo que su profesión es la de periodista. En la televisión abundan las reposiciones; la radio medita con su mantra de mensajes pregrabados. Pero hay muchos rascacielos solitarios ahí fuera, cada uno con una luz en una sola ventana. No les molestemos; escribamos en voz baja.
Dicen que ayer habló un rey, pero yo todavía no lo he visto. Recordé, en cambio, a tantos profesores de la EGB que se sentaban en la mesa mientras el siguiente cordero iba derecho al encerado. Los reyes también se sientan en la mesa, pero a mí no me miren, que esta vez no me he estudiado la lección. Tocaba la Constitución, pero todos se han olvidado. Para mañana, me la reciten en su vivienda digna veinte veces.
9:59 simboliza eternidad; rauda como viento, amiga del pensamiento. Los sueños extienden su bálsamo sobre las sangrientas amapolas de la tierra de Alvargonzález. Por un instante, una hora, un día, curan las penas de un pueblo dolido y dolorido. Hay esteras que han llevado menos palos que el Estado del Bienestar; mas no miren al diccionario, que también le ha caído la del octópodo.
Escribir en voz baja, con una claridad atronadora. La canción gestada en la plaza mana por las calles. Al cruel, al tirano y al cebado nada bueno aparentamos; somos locos, francos, bardos. Escribimos y pensamos mientras aumenta el tipo de letra de nuestra etiqueta: 'hablar puede provocar cárcel'.
Escribir en voz baja para pedir a gritos la justicia. Activen la alerta por infamias, liberen al periodista de la rueda de prensa sin preguntas, rompan los grilletes del fenicio camuflado de escribiente, del palafrenero parapetado en la portada. Entre la gente de bien caminan lobos, pero el pelaje ya no cuela.
El sueño toca a su fin. La guitarra de Mike Oldfield escurre el universo como arena entre nuestros dedos. 00:00 será otro día, pero antes de salir de la Navidad, miremos al rascacielos. A todos los periodistas que siempre tienen una luz en su ventana. Por encima de crisis y ERE's, que nuestro pensamiento esté con ellos.
Take a walk until the next dawn. In the winter, rain and storms. The watcher and the tower Waiting hour by hour. There's a breach in security A disturbance in tranquility The watcher and the tower Waiting hour by hour.