He hablado anteriormente de lo extraño que me parecía, cuando era niño, el concepto de deportación como castigo. El caso más habitual durante mis lecturas de cómics era la deportación a un ignoto lugar llamado Siberia. Concluí que Siberia debía ser un lugar francamente aburrido si a nadie le gustaba mudarse allí.
Los años y la emigración hicieron que el verdadero significado de palabras como deportación y destierro me fuera revelado. Afortunadamente la tecnología me ayudó a paliar, en parte, dicho sufrimiento. Hay otro término, sin embargo, mucho más insidioso: el desarraigo.
Si buscan en la RAE, les dirá que es la acción y efecto de desarraigar. Es en este último infinitivo, más concretamente en su tercera acepción, donde está la base del escrito de hoy:
Separar a alguien del lugar o medio donde se ha criado, o cortar los vínculos afectivos que tiene con ellos. U. t. c. prnl.
Durante décadas, mi familia hizo de ver la televisión una actividad que reforzaba nuestros lazos como grupo. Por muy mal dadas que vinieran, siempre podíamos juntarnos para ver series como Expediente X, Doctor en Alaska o Smallville.
Cuando hube de marchar a causa de un panorama laboral hecho escombros por la crisis económica, perdí una parte muy importante de esa experiencia comunal. Como cualquier cosa vale para consolar en situaciones difíciles, al menos podía conectarme a los canales de televisión españoles o abrir Netflix y ver el perfil de mi familia en España. Allí estaba mi hogar televisivo, aunque fuese lejos. Como una ventana iluminada en medio de la tormenta.
En los últimos tiempos, varias compañías sin escrúpulos están mandando mensajes muy claros a las personas que, como yo, viven fuera de la Unión Europea. Netflix, que restringe compartir cuentas entre personas que vivan en diferentes lugares; televisiones privadas, que consideran que además de tragar publicidad en su aplicación, debes pagar por el dudoso privilegio de estar lejos; Amazon, que no te permite ver Operación Triunfo en sus canales o aplicación si estás fuera de Europa; Google, que no te permite tener un grupo familiar compuesto por personas de varios países.
Cory Doctorow denunciaba en The Atlantic cómo las plataformas audiovisuales intentan cambiar la definición de hogar, de familia. Una suerte de perversión geográfica y social para asegurarse de que pagamos cada vez más a cuantas plataformas hagan falta.
En el mundo hay problemas mucho más graves que este, bien lo se. Sin embargo, no puedo pasar por alto una de las migas de pan que se usan para conducirnos a la boca del lobo: una sociedad donde todos estamos más aislados unos de otros. Para tener una sociedad más indefensa, no te hacen falta grandes gestos, sino una gran cantidad de pasos pequeños. Como por ejemplo, sacar más dinero al migrante y hacer que se sienta más aislado.
Mientras tanto, yo sigo soñando con la casa que tiene puertas en dos países. Mucho me temo que, si por ciertos hombres fuera, ambas serían de pago.