Seguro que conocen cierto símbolo. Creado por el taoísmo en Oriente, forma parte de la cultura global desde hace décadas. Su nombre, sin embargo, no tuvo tal nivel de dispersión. En general, conocen este símbolo por el concepto que representa: el yin y el yang. Para ser más exactos, su verdadero nombre es taijitu, que viene de Taiji: principio de todas las cosas, gran división. Así lo describe la correspondiente entrada en Wikipedia:
Si bien admite interpretaciones diversas, la mayor parte de ellas se basan en la siguiente frase del Yijing Jicizhuan (易经集辞传, Yíjīng Jícízhuàn), comentario del Yijing : «Las mutaciones tienen un gran extremo, del que nacen los dos aspectos (el yin y el yang), de los que a su vez nacen cuatro figuras, de las que a su vez nacen los ocho trigramas que determinan lo favorable y lo desfavorable, y de las que nacen los acontecimientos humanos».
Atendiendo a la definición de estos conceptos, se podría pensar que el desequilibrio es una distorsión que altera el orden natural. Nada más lejos de la realidad; de nuevo, según la Wikipedia:
El yin y el yang forman un equilibrio dinámico: cuando uno aumenta, el otro disminuye. El desequilibrio no es sino algo circunstancial, ya que cuando uno crece en exceso fuerza al otro a concentrarse, lo que a la larga provoca una nueva transformación. Por ejemplo, el exceso de vapor en las nubes (yin) provoca la lluvia (yang).
Crea una cantidad desmesurada de algo y su opuesto se agrupará de igual forma. Actualmente, dicha reacción está aumentando en un campo que se aleja bastante de las leyes naturales: el mundo de la información.
La burbuja del filtrado
En los primeros tiempos de prensa, radio y televisión, la información llegaba a través de un número limitado de canales. Conscientes de dicha situación, los programadores servían contenido que atendiera a las necesidades o requisitos de la mayor cantidad de público posible. Si bien es un concepto que no se aplicaba en su totalidad, el equilibrio era importante para las cadenas porque mantenía la audiencia.
Con el avance de la tecnología la información se democratizó y atomizó. Pasar de cinco canales a cincuenta, y más tarde a quinientos; miles, con la llegada de Internet. El ruido informativo se acumulaba. Entonces, un tipo de opuesto surgió en el camino para ayudarnos a separar la paja del grano: el filtrado de contenidos.
Con la llegada de los filtros, se emprendió la carrera para mejorar la afinación. Entrenamos a las máquinas para que identificaran aquellas piezas que serían de nuestro máximo o total interés, mientras desechaba aquellas otras alejadas de nuestras necesidades u orientación ideológica. Ahora, el opuesto se ha concentrado tanto como aquello a lo que se oponía, y vuelve a surgir una respuesta.
La búsqueda del contrario
Tanto Clay Johnson en The Information Diet como Eli Pariser en The Filter Bubble recomiendan buscar nuestro contrario para no perder la perspectiva. El filtrado de noticias puede resultar adecuado para combatir una sobrecarga de información, peor también puede ser de lo más efectivo a la hora de empequeñecer nuestra visión del mundo y, contradictoriamente, el descubrimiento de nuevas áreas que suscitarían nuestro interés.
Un reciente artículo en The Atlantic habla sobre la propuesta de un filtro inverso. Es decir, una tecnología que nos permitirá recibir información opuesta a la que solemos consumir. ¿Cómo afectaría eso a la balanza de la información? Poco a poco, el yin es yang y el yang es yin en la gran telaraña que entrelaza el conocimiento humano.