Obviando toda la gama de grises que existe en los rincones de la mente, hay dos puntos de vista para aproximarse a la gripe porcina, porcino-aviar o como quieran llamar a este contubernio vírico: la ciencia y las artes.
Probablemente sea mejor utilizar el prisma de la ciencia. Esa que le hablará de estadísticas y de todos los muertos que se producen cada año por lo que usted y yo consideraríamos una gripilla sin importancia. Esa que le dice que tiene usted suerte de habitar país civilizado con Seguridad Social. Sin embargo, bajo el tamiz de nuestra tradición oral, religiosa y literaria el panorama es muy distinto.
Porque en las artes, cuando aparece en escena semejante bicho no es para nada bueno. Ya sea por una narración futurista sobre los escarnios de una pandemia, una plaga bíblica, un desastre cinematográfico, o el recuerdo de tiempos en los que la española no era una marca de aceitunas; el panorama no es halagüeño para estas pequeñas y atareadas hormigas que somos los humanos. Por eso el virus es un organismo tan especial: lo hay más pequeño, pero no más cabrón.
Los medios hablan mucho de profilaxis en el mundo real, pero se olvidan de la higiene en el ciberespacio. Mientras en redes como Twitter saltan toda clase de alarmas y bromas, no quiero desaprovechar estas líneas para hacer un llamamiento a los navegantes: seleccionen la información. Como recomienda Mashable, acudan a especialistas en la materia u organismos oficiales como la OMS o el CDC estadounidense. Eviten las teorías que figuran junto a un dibujo de Homer Simpson compartiendo mesa con amigo porcino.