Es evidente que el hombre blanco no entiende nuestra manera de ser. Le es indiferente una tierra que otra porque no la ve como a una hermana, sino como a una enemiga. Cuando ya la ha hecho suya, la desprecia y la abandona. Deja atrás la tumba de sus padres sin importarle. Saquea la tierra de sus hijos y le es indiferente. Trata a su madre -la Tierra- y a su hermano -el firmamento- como a objetos que se compran, se usan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Hambriento, el hombre blanco acabará tragándose la tierra, no dejando tras de sí más que un desierto.
11 de marzo de 1854. El Jefe Seattle, líder de los Suquamish, escucha una propuesta del Gobernador de Seattle Isaac Ingalls Stevens. Stevens planteó al Jefe la compra o entrega de las tierras que pertenecían a su tribu. Seattle se incorporó para tomar la palabra. Mucho más alto que el Gobernador, apoyó su mano en la cabeza de este y pronunció un largo discurso con dignidad.
La respuesta del Jefe Seattle es uno de los textos que más han circulado por todo el mundo. La primera vez que leí el texto, fue en una tienda de camisetas. Sus frases se incluyeron en películas, campañas ecologistas y una gran variedad de actos, objetos y circunstancias. Sin embargo, el texto ha sido reescrito, traducido y reinterpretado tantas veces que hoy día nos es difícil conocer las palabras exactas de Seattle en su discurso. Es posible que nunca lo hagamos.
A grandes rasgos, las modificaciones más famosas del discurso fueron tres: una primera transcripción realizada por el Doctor Henry A. Smith algunos años después de producirse el discurso, que es la fuente principal de la que parten todas las derivaciones; una reinterpretación por parte de William Arrowsmith, que intentó recuperar las expresiones originales a través de la investigación lingüística y cultural; y la derivación más popular del texto, una versión más literaria y dramatizada adaptada por Ted Perry para una película ecologista llamada Home. Tras tantas interpretaciones acabaron existiendo dos versiones de la respuesta, una de ellas como supuesta carta al presidente de los Estados Unidos, a la que pertenece el texto citado más arriba.
Así pues, son Arrowsmith y Perry quienes consagran definitivamente el texto como mensaje ecologista. Es entonces cuando la versión más reciente corre como la pólvora y se convierte en una proclama de referencia en la lucha medioambiental. Y podríamos considerar tantas derivaciones como algo negativo que corrompiera el significado original del discurso... Pero yo creo que es en estos casos cuando un texto se convierte en una referencia cultural atemporal.
Para saber más, recomiendo La visión del Jefe Seattle, estudio perteneciente a la página Educación Ambiental en la República Dominicana, que destaca por su claridad y sus traducciones de las principales versiones del texto.
Nunca se me ocurriría llenar mi casa de humo, ensuciar el agua que bebo o maltratar a mis animales. No se me ocurriría destrozar el suelo para hacer mi sofá más cómodo, o arrancar la madera de todos los armarios para hacerme una mesa de ordenador. Tampoco me imagino expulsando a mi familia al trastero para tener más habitaciones a mi disposición. Y desde luego, jamás le quitaría la antena al vecino para que la señal me llegara más nítida.
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