De la Wikipedia:
Jake Sully —un marine veterano de guerra y herido en combate que queda parapléjico— es seleccionado para participar en el programa Avatar tras la muerte de su gemelo. Así, Jake es trasladado a Pandora, una luna del planeta recién descubierto Polythemis cuya atmósfera es tóxica para los humanos y que alberga una asombrosa biodiversidad y está habitada por los Na'vi, una raza humanoide que vive en clanes en estado salvaje con su propia lengua y cultura. La raza humana se encuentra en conflicto con los nativos de un clan debido a que están asentados alrededor de un gigantesco árbol que cubre una inmensa veta de un mineral muy cotizado: el unobtainium.
Guión previsible, espectáculo inolvidable
La versión reducida: recomiendo a todo el mundo que la vea. A ser posible, en una sala con 3D decente. Porque Avatar es un filme consagrado por entero a esta tecnología, que para algo se pasó James Cameron media vida apostando por el nuevo formato. Antes de la película tocaba un trailer en 3D de Alicia en el País de las Maravillas. Toda una impresión ver al gato de Chesire salir de la pantalla y sonreír. Sin embargo, el producto que consumí a continuación no tenía su base en la escena que asalta al espectador. El gran descubrimiento fue la profundidad.
Desde la primera burbuja que ve el protagonista mientras viaja en animación suspendida durante años, me fui sumergiendo poco a poco en la película. Como dice Tormento, todo un lujo estar junto a la siempre magnífica Sigourney Weaver, o contemplar la vida de Jack en Pandora bajo la piel de su avatar.
La historia no se llevará el premio a la originalidad: el ser humano colonizador aterriza en un satélite perdido, destrozando el hábitat natural y persiguiendo a los pueblos nativos, caracterizados por sus cultos ancestrales y el amor a la naturaleza. Mientras tanto, el protagonista descubre a través de una nativa el mundo que se esconde más allá de su carne y la silla de ruedas en la que está postrado.
Nada nuevo bajo el brillante sol de los viajes iniciáticos, si no fuera porque, gracias a una nueva forma de hacer cine, los primeros y titubeantes pasos de Jack como alienígena de la raza Na'vi también son los nuestros como espectadores en esta forma de hacer cine. Volamos por primera vez a lomos de un banshee descubriendo una nueva definición de la perspectiva, participamos en los mágicos rituales de una tribu y experimentamos el desasosiego cuando la civilización a la que pertenecemos nos pisa los talones, como un gigantesco dinosaurio hambriento de muerte y destrucción.
No tuve el privilegio de asistir al estreno de La Guerra de las Galaxias, pero no cabe duda de que dicho filme marcó un punto de inflexión en la forma de hacer películas. Fui a ver Parque Jurásico, y descubrí hasta donde podía llegar una nueva generación de efectos especiales basados en animaciones de ordenador.
Con Avatar la impresión ha sido enorme. Y cuando salí del cine, con la funda de mis gafas empapadas en sudor y mi mente apabullada tras casi tres horas de una experiencia narrativa indescriptible, fui capaz de perdonar al señor Cameron por el atentado contra la humanidad que perpetró con Titanic.
No se decirles si Avatar es una gran película. Pero tal vez los espectadores que salieron de las salas donde se proyectaba Una Nueva Esperanza o 2001 sintieron algo parecido. Salvando las distancias, claro está.
Te gustará si: concibes el cine como un gran espectáculo y gozas de buena vista/buenas gafas/buen suministro de aspirinas.
La mejor crítica, en Microsiervos.